viernes, 27 de agosto de 2010

Valdelomar, nuestro mayor dandy y su insólito desenlace

Por Álvaro Sarco


La versión de Alberto Hidalgo

Abraham Valdelomar visitó Arequipa (la ciudad natal de Hidalgo) en 1910 junto a Alfredo González Prada y a un contingente de universitarios. Más adelante, en 1917 -aún en eclosión el grupo “Colónida”, presidida por Valdelomar-, Hidalgo está por segunda vez en Lima (su primer viaje a la capital se remonta a 1912). En todas esas ocasiones en que vio a Valdelomar –sobre todo en la tercera, en que ya tomó contacto con él-, Alberto Hidalgo no pudo sustraerse de emular a Valdelomar en la vestimenta y talante. Es sabido que este último se consideraba un dandy: se comportaba con ademanes estudiados y se investía de elegancia (usaba, por cierto, un llamativo monóculo). El autor de El Caballero Carmelo llevaba a la perfección su consigna de épater les bourgeois, la misma que, como varios años después apuntaría Mariátegui, “Hidalgo llevó (…) a sus más extremas consecuencias”.

Considerando, entonces, que Alberto Hidalgo profesaba una amical admiración por Valdelomar (y que le debía el espaldarazo literario), sorprende algunos recuerdos que Hidalgo registró sobre Valdelomar, entre serios y burlones, a raíz de la muerte del iqueño, en un texto incluido en el libro del arequipeño, Muertos, heridos y contusos (1920).

Lo más llamativo es, sin duda, los trascendidos que Hidalgo da como ciertos acerca de las circunstancias de la muerte de Valdelomar. Hidalgo escribió –truculentamente- que Valdelomar murió al caer a un silo, información esta que se perpetuó y que no pocos en los años siguientes tomaron como cierta.[1] Al respecto, Marco Aurelio Denegri precisó en carta dirigida a la revista Caretas con fecha 27 de agosto de 2003:
La versión según la cual Abraham Valdelomar murió enmierdado “al caer en un pozo séptico” no es admitida por ningún biógrafo importante de Valdelomar. Lo afirmo porque creo conocer bien la vida y obra del gran escritor iqueño. El que difundió semejante especie fue el poeta y libelista arequipeño Alberto Hidalgo, amigo y admirador de Valdelomar, en su texto “Muertos, Heridos y Contusos”. Buenos Aires (editorial América de Madrid), 1920, 65-66. Sin decirnos, Hidalgo -porque habría sido antihidalguesco- que dicha versión iba con un prudente relata refero, “cuento lo que me han contado”, el vate arequipeño creyó a pie juntillas la versión del enmierdamiento, que a mi juicio es básicamente anecdótica y difícilmente admisible. Salvo mejor parecer. Pero insisto: ningún biógrafo serio de Valdelomar, ni Luis Alberto Sánchez, ni Manuel Miguel de Priego, admite que Valdelomar murió “al caer en un pozo séptico”.[2]
La muerte de Valdelomar

Abraham Valdelomar fue elegido (24 de septiembre de 1919) diputado por Ica para el Congreso Regional del Centro. Tal Congreso tenía por sede la ciudad de Ayacucho. Hasta allí se desplazó Valdelomar en agotador viaje. Manuel Miguel de Priego refiere:
La segunda sesión preparatoria y la instalación del Congreso culminaron el sábado 1 de noviembre. Tras los primeros debates y el solemne desfile de autoridades y fuerzas del orden, los diputados regionales vuelven a sus alojamientos, desde donde saldrán, por invitación del Coronel Manuel C. Bonilla, a la cena de gala que se servirá en el Hotel Bolognesi, ubicado en la esquina del Portal Unión y el Jirón Asamblea, en pleno centro de la ciudad. Un oficial acudirá al Hotel Cosmopolita para conducir a Valdelomar a la segunda planta del "Bolognesi’" lugar del banquete. Apenas había transcurrido el momento de los aperitivos , cuando Valdelomar pide permiso para retirarse del lugar. Está muy nervioso e inquieto; ha estado visitando una farmacia, sin duda, en busca de una sustancia que se inyectará en algún instante. En circunstancia semejante, suele acompañarlo un personaje que funge como su secretario y, en esa calidad, ha llegado con él a casi todas las ciudades y pueblos donde nuestro escritor ha dictado conferencias. Se llama Artemio Pacheco, es una suerte de efebo y definitivamente una sombra perpetua. No se sabe, sin embargo, si esta vez, cuando Valdelomar sale del comedor de la segunda planta del Hotel Bolognesi, Pacheco va con él o le sigue los pasos. En la penumbra ayacuchana de 1919, nuestro escritor marcha por un paso desconocido, al parecer una simple pared que conduce a una escalera interior, de piedra. Y súbitamente cae a un montículo de piedras, al lado de aquella escalera. Transcurrieron algunas horas antes de que se le encontrara, quejumbroso, con la columna vertebral fracturada y dolores insoportables. Al llamado de los congresales, acudirán en seguida a ver al paciente el jefe de la sanidad militar doctor Alarcón y sus colegas, el médico titular, Jesús García del Barco y el doctor Canales.
"Estos facultativos -nos cuenta el cronista de La Reforma- desde el instante en que lo vieron manifestaron que el caso era grave y que harían lo posible por salvarlo. Efectívamente, pocos instantes después, comienza a apoderarse la fiebre del paciente; sus extremidades inferiores no funcionan: tampoco los órganos principales de la digestión y la vejiga; frecuentemente siente que se ahoga, delira; su estado es gravísimo". Para atendérsele en mejores condiciones, Abraham Valdelomar es trasladado a una vivienda contigua del Hotel Bolognesi, en el jirón Asamblea, generosamente brindada por su ocupante, el señor Huaroto Aybar, dispondrá allí los servicios de una enfermera procedente del antiguo Hospital San Juan de Dios (siglo XVI). Durante todo el domingo 2 -Día de las ánimas y de visitas masivas al cementerio local- el enfermo empeora irremisiblemente; su estado continúa así durante la noche, la madrugada y toda la mañana del lunes. "A las 2 de la tarde del día 3 -escribe el cronista de La Reforma- se notaba una ligera mejoría, que causó grata impresión en los presentes; el enfermo pidió leche, y mientras la traían uno de sus acompañantes de cámara le dijo que estaba muy mejor, a lo que contestó el escritor con profunda convicción: No. Estoy muy grave; yo me muero. Efectívamente, instantes después le sobrevenía fuerte ronquera, perdía el conocimiento, ya no se daba cuenta de la leche que le hacían beber, y cinco minutos después, sin los crueles estertores de la agonía, sin un movimiento, trasponía el umbral de la vida y penetraba en los obscuros e insondables arcanos de la muerte".
Muy cerca del enfermo, asistiéndolo, habían estado cuanto les fue posible (dadas sus obligaciones en el Congreso) dos antiguos y entrañables amigos: Enrique Gamarra Hernández y Julio Alfonso Hernández. Valdelomar expiró en los brazos del primero, después que el Presbítero Fidel Castro, diputado por Huancavelica, le impartiera los sacramentos. No me dejes, Enrique, sálvame pedía nuestro escritor a su consternado compañero guadalupano. Y según testimonio de Julio Alfonso Hernández, fueron dos las últimas frases que musitó el extinto: ¡Madrecita, ven! ¡viejecita, ven! y ¡Me muero!, ¡me muero! Gamarra Hernández y algunas otras personas, asearon el rostro de Abraham, le ordenaron los cabellos, lo vistieron con la ropa hallada en la maleta que estaba a cargo de Artemio Pacheco.
A las 10 de la mañana del martes 4 de noviembre de 1919, el abogado Artemio Añaños, vecino de la vivienda donde falleció Valdelomar, se acercó a las oficinas de la Dataría Civil del Concejo Provincial de Ayacucho acompañado de Enrique Gamarra Hernández y de Manuel María Vargas, para dar cuenta de la defunción. El doctor Añaños dio fecha y hora del deceso: el lunes 3 de noviembre, dos y media de la tarde. Diagnóstico: parálisis progresiva por lesión medular”.[3]
Resta decir que Manuel Miguel Priego, al referir que Valdelomar se hallaba “nervioso e inquieto” previo a su fatal accidente, desliza lo que otros biógrafos del iqueño declaran expresamente: Valdelomar era por entonces morfinómano.


Álvaro Sarco

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Notas

[1] Escribió Hidalgo:
En los primeros días de noviembre último pasado, murió Abraham Valdelomar. Al redor de su muerte, como al redor de todas las muertes que en el mundo han sido, se ha hecho un poco de "literatura". Yo veo en eso una prueba más del espíritu menguado, sórdido y mojigato del periodismo. Han creído quizás los amigos póstumos de Valdelomar  -digo póstumos, y digo bien, pues aquellos no lo fueron en vida del escritor: le han nacido frente al ataúd y la mortaja, ante los cirios lánguidos y los crespones de luto- han creído, repito, los amigos póstumos de Valdelomar, que le prestaban un servicio ocultando la forma de su muerte. Se dijo al público que el pobre había rodado de la escalera de un hotel, en Ayacucho, ciudad donde a la sazón se hallaba, inmiscuido ciertamente en poco honestos ajetreos políticos, habiendo el golpe, ocasionado su fallecimiento. Mentira.
Por cartas particulares, recibidas con posterioridad a la noticia telegráfica, y luego confirmación por el joven escritor Luis Góngora, he tenido conocimiento de la verdad del suceso.
Viajaba yo, no recuerdo en qué barco ni con qué rumbo. A bordo, hice amistad, malgré moi, con un joven boliviano. Me creo en el deber de dar la razón del fastidio que esto me produjo. Yo siempre huyo de los bolivianos. Lo hago por motivos de higiene y de buen gusto. Así como el carnero, él perro, el cerdo tienen su olor especial, su olor "personal" podríamos decir, así el boliviano tiene el suyo. El boliviano huele un poco a water closset. Debe ser porque en Bolivia no se conoce ni de oídas esos artefactos. Igual acontece en los pueblos más atrasados del Perú: Ayacucho es uno de ellos. El water closset es allí reemplazado por un hueco de diez a veinte metros de profundidad, abierto en el interior de las casas, y al cual se da el nombre de "silo". Y bien: en uno de esos silos pestilentes, Abraham Valdelomar, que fue a satisfacer vulgares necesidades, encontró la muerte. Era él, antes que todo, un artista, un artista delicado, sutil, aristocrático. ¡Quién hubiera dicho que había de morir de manera tan inmunda! ¿No es esto como una trágica ironía del Destino?
(Alberto Hidalgo. De muertos, heridos y contusos. Libelos de Alberto Hidalgo. Sur Librería Anticuaria. Lima-2004, pp. 78-80).

[2] Revista Caretas. N° 1788. Sección: “Nos escriben… Y contestamos”: La muerte del Conde. Lima, 4 de septiembre de 2003.
[3] Manuel Miguel de Priego. Valdelomar. El Conde Plebeyo. Biografía. Fondo Editorial del Congreso del Perú. Lima-2000, pp. 434-435.

Abraham Valdelomar