lunes, 27 de septiembre de 2010

¿Cómo murió José Santos Chocano?

Por Álvaro Sarco


Alberto Hidalgo, que en su juventud se empeñó en insultar a  Chocano, ensayó un mea culpa a raíz de la muerte del autoproclamado “Cantor de América”. No obstante, siempre quedará -y más tratándose de Hidalgo- la duda de si tal elogio partía de una auténtica rectificación o producto de postreras deferencias que Chocano tuviera hacia el arequipeño.[1] Como sea, la muerte de Chocano tuvo este impacto en Hidalgo :
La horrible muerte de José Santos Chocano me ha sobrecogido de una manera tremenda. No puedo guardar silencio frente a esa tumba. Razones muy especiales me impulsan a decir algo. He escrito muchas veces contra Chocano, en mis libros y en artículos dispersos en diarios y revistas de América. ¿Por qué? Probablemente por una de esas reacciones freudianas que, tenemos, a veces contra los hombres que se nos adelantan. Quiero confesarlo así paladinamente ante su cadáver: he sido injusto con Chocano, como con muchos otros hombres. ¡Queden borradas de mi obra esas injusticias! Cuando nací para la poesía, los críticos de mi patria, desde mi prologuista, que fué Valdelomar, saludaron en mi primer libro la obra del “sucesor de Santos Chocano”. Cómo este hombre llenó una edad de la poesía americana, y peruana en particular, toda comparación se establecía con él. Chocano estaba en todas las plumas para decir de los mozos: “lo alcanzará a Chocano”, “será o es ya tan grande como Chocano”. Era, pues, un estorbo como los jóvenes argentinos no lo podrán, acaso, comprender claramente, porque en este país nunca hubo un poeta que concitara la unanimidad de las admiraciones y gozase de una suerte de deificación, como él en el mío. Y pues era un estorbo me puse a insultarlo. Hasta en verso: por ahí he dicho [en el poemario Simplismo, 1925] que por las calles de mi Arequipa:
                                           pasan las recuas de borricos
                                           con su rítmico trote
                                           aprendido en los versos de Chocano.

Me quedó de la mocedad esa manía. Y de ella quiero arrepentirme. Él merece cualquier arrepentimiento, porque era más noble de lo que se cree. El detalle siguiente lo probará. Cuando en 1931 pasé unos meses en Santiago de Chile, Chocano fue a verme al hotel. No me conocía, nunca tuvimos la menor relación, ni siquiera postal, le habían llegado mis insultos y sin embargo de que siempre se creyó en posesión de la gloria, concurrió a visitarme. Eso era un gesto, uno de los muchos que hizo así en su vida. Desde entonces no pasamos día sin vernos. Le oí muchas cosas, como se comprenderá, ví su alma desnuda, y por eso puedo decir que este hombre ha sido un calumniado (…). Mucho se podrá escribir sobre Chocano, y acaso lo haga yo. He dicho al principio que fué un calumniado. Eso es muy cierto. Los odios políticos se desataron contra él. Se dijo que había asesinado cobardemente a Edwin Elmore. Es falso: se defendió de sus ataques, y nada más. Que aduló a los tiranos. De todos modos no sería por gusto de la adulación ni tampoco por lucro. Jamás ganó mucho con ello. Varias veces fué rico y varias veces dejó de serlo, pero sus fortunas no las hizo con los gobiernos. En cuanto a lo de las tiranías, es otro cuento. Chocano tenía una concepción filosófica perfectamente definida respecto a la función de las dictaduras. Hoy justamente su tesis está de moda. En cierto modo, podría afirmarse que ha sido un precursor del pensamiento de Hitler, de Mussolini o de Roosevelt. Cuando pasen los años, su libro sobre las dictaduras tirará de espaldas a las personas por las anticipaciones que contiene. Pero ya lo dejo descansar en paz, que Chocano es tema grande para otro día.[2]
Alberto Hidalgo hace alusión a Edwin Elmore. Fue éste hijo del Ing. Teodoro Elmore, encargado de colocar “estratégicamente” un precario circuito de minas antes de la Batalla de Arica (7 de junio de 1880) -durante la alevosa irrupción armada de Chile al Perú. Teodoro Elmore fue capturado por la soldadesca chilena días antes de la batalla cumpliendo una “misión” que lo expuso innecesariamente -teniendo en cuenta que conocía el lugar donde se había colocado los explosivos, así como su adecuado funcionamiento en aras de intentar detener a los salteadores sureños. En el transcurso de la batalla, el sistema de minas no respondió a las expectativas peruanas. Muchos culparon a Teodoro Elmore de revelar al depredador chileno el lugar por donde pasaban las minas. Años después su hijo, Edwin Elmore, recibió la increpación del poeta José Santos Chocano por la supuesta traición de su padre. Este incidente derivó en una disputa que concluyó con la muerte de Edwin Elmore Letts.
Por ese crimen, a Chocano lo conderon a tres años de prisión,[3] pero ni siquiera esa beninga pena cumplió. Seis meses después de iniciada su condena el Congreso  lo indultó (Chocano recibió así la ayuda del gobierno de Leguía). Es entonces que el poeta hace maletas y viaja a Chile. País donde, como se verá, encontraría la muerte.

Opositor a la dictadura leguiísta, Edwin Elmore Letts (rotulado por Luis Alberto Sánchez como “nacionalista e idealista”) sostuvo una polémica con Chocano (amigo de Leguía) en el segundo semestre de 1925. No satisfecho con ello, Edwin Elmore:
José Santos Chocan
A través de la Radio OAX-4, lanza un mensaje contra los partidarios de la tiranía y, en particular, contra Chocano. Escribe luego un artículo largo, como todos los suyos, cuya primera parte entrega a La Crónica. En él califica a Chocano de "vulgar impostor". No le basta: aguza el ingenio y encuentra expresiones que el poeta, en satánica arrogancia, no podría perdonar. Por ejemplo: le llama "solista inevitable, el ovacionado tenor de la continuada opereta bufa de nuestra vida ciudadana".
Contundente y cáustico, el quemante artículo de Elmore no llegó a aparecer, pero el periodista Felipe Rotalde, violando elementales reglas éticas de la profesión, lo dio a leer a Chocano. Su reacción fue tremenda. Al punto cogió un teléfono y llamó a casa de Edwin Elmore. Este se puso al aparato. Chocano le preguntó insultantemente: "¿Hablo con el hijo del traidor de Arica?" Elmore respondió: "Eso no se atrevería usted a decírmelo cara a cara".
Se había producido lo irreparable. Un hombre joven y sanguíneo, vehemente e idealista, herido a mansalva en lo más profundo de su honor y de su amor filial; un poeta maduro, al borde de la vejez, violento, dueño de una soberbia demoníaca, tocado en lo más sensible de su hiperestésico ego. Elmore no tardó en salir de su casa. Quería retar a duelo a muerte a Chocano. Su consejero y cuñado, el doctor Carlos Carda Gastañeta, le disuadió. El dolido Elmore escribió entonces una carta violentísima a Chocano y fue a El Comercio para solicitar su publicación. Antes había estado en el Ministerio de Relaciones Exteriores preguntando por su ofensor.
Mientras tanto, Chocano había escrito también otra carta a Elmore: ni uno ni otro conoció tales explosivas epístolas antes de la tragedia. Su texto no influyó en ella. Algunos párrafos de esas misivas excusan mayores comentarios. Transcribo unos de la de Chocano sin corregir sus abismantes y delatoras incongruencias gramaticales:
“Desgraciado joven: aunque no tiene usted la culpa de haber sido engendrado por un traidor a la Patria, tengo el derecho de creer que los chilenos han pagado a usted por insultarme (…) Pequeños farsantes todos ustedes, generación de cucarachas brotadas en el estercolero de la oligarquía civilista (…) Representan ustedes la hez de los intelectualizantes de este país (…) Debe usted a Clemente Palma (director de La Crónica) la vida, porque si sale publicado su articulejo de mayordomo (...) le hubiera sin el menor reparo destapado los sesos (…) Miserable: como he aplastado a Vasconcelos, te aplastaré a ti, si no te arrodillas a pedirme perdón. Yo para usted no podría ser sino su patrón”.
Entre la “hez” de los intelectuales a que se refiere Chocano, figuraban José Carlos Mariátegui, John A. Mackay, su futuro secretario Bernizone, al autor de este libro, etc. ¡Mala suerte!
La carta que Elmore escribió a Chocano, a raíz de recibir sus insultos telefónicos, carta que Chocano no conoció antes del crimen, decía:
“Hace pocos momentos, ha cometido usted la villanía de preguntarme por teléfono, poniéndose a cautelosa distancia -si soy hijo de de Teodoro Elmore, calificándolo usted de traidor de Arica-; dando así una prueba de ignorancia de la historia patria y de miseria espiritual muy grande…”
Tono exaltado, pero justo.
Cuando Elmore llegaba con su carta a El Comercio, Chocano salía de la “Imprenta Minerva”, que se inauguraba ese día, 31 de octubre de 1925, después de excusarse ante José Carlos Mariátegui de no poder asistir a la ceremonia porque tenía una cita con el Presidente Leguía. Momentos antes nos cruzamos con él, por el Portal de Botoneros. Vestía de chaqué. Iba muy pálido y airado. Miraba desafiantemente.
De la “Imprenta Minerva” se dirigió Chocano a El Comercio. Allí se encontró con Elmore. Fatalísima circunstancia. El agraviado Elmore avanzó hacia el poeta que entraba al hall del diario. Hubo un corto cambio de palabras. Sonó una bofetada en el rostro de Chocano. Parece que se produjo un rápido entrevero. El poeta se llevó la mano al bolsillo trasero del pantalón y extrajo un revólver. Elmore apenas atinó a retroceder unos pasos, al ver el arma, y comprender la intención homicida de su contendor. Chocano disparó de muy cerca: según él a quemarropa; según los testigos a un metro de distancia. El detalle carece de importancia literaria; la tiene muy poca moral y aun legal. Elmore se llevó las manos al vientre y salió del hall dando traspiés. Chocano se entregó preso pegando de gritos. Estaba presente Antonio Miró Quesada, director de El Comercio, a quien el poeta entregó el arma homicida. Otras personas también estaban allí. Elmore fue conducido a la Asistencia Pública. Le trataron de primera intención. En seguida fue operado por el doctor Guillermo Castañeta, en el Hospital Italiano. La operación consistió en “una laporotomía mediana infraumbical, pudiéndose comprobar cinco perforaciones en el intestino delgado, una en el intestino grueso y estallido del medio sigmoideo, procediendo los cirujanos a suturar las asas perforadas y a reconstruir el meso, efectuando al mismo tiempo esmerada desinfección. El proyectil no fue encontrado”.
Poco antes de expirar, Elmore exclamó: “Aquí termina todo”. No terminó: sólo empezaba… La muerte ocurrió el 2 de noviembre.[4]
Acerca de la “horrible” muerte de Chocano mencionada arriba por Hidalgo, cabe recordar que acaeció estando Chocano en Santiago de Chile: 
El jueves 13 de diciembre de 1934, después de depositar las cartas a Montevideo en la oficina postal de la Comuna de Pedro de Valdivia (Santiago), el poeta abordó el tranvía número 768, de la línea 34, en la esquina de la calle Eduardo Llanos con Avenida Ararrázaval.
Chocano se dirigía al centro de la ciudad para arreglar asuntos relacionados con sus libros y su viaje. Era poco antes de las 5 de la tarde. Tres o cuatro cuadras después, subió al mismo tranvía un individuo flaco, taciturno, de ademanes nerviosos. Chocano ocupaba un asiento lateral a la derecha, de cara al estribo o pisadera de atrás que es la de bajada. El desconocido ocupó un asiento en la mitad del carro, al lado izquierdo. ¿Fue entonces cuando el desconocido descubrió al poeta en el tranvía, o, como se sugirió después, lo había visto desde antes? El hecho es que el hombre, Martín Bruce Badilla, se levantó, avanzó hasta donde estaba Chocano y, sin mediar provocación ni discusión alguna, le hundió resueltamente en el corazón la hoja de un cortaplumas, repitió el golpe, y como la víctima alcanzara a ponerse de pie y tratara de huir, repitió dos puñaladas por la espalda. A los gritos del público, detuvo el tranvía su marcha. Como la Asistencia Pública no llegara, unos jóvenes que pasaban en automóvil cargaron con el herido, desde allí esquina de Bustos e Irarrázaval, hasta la Posta de Nuñoa (Irarrázaval y Villaseca). No hubo necesidad de ninguna intervención médica, sino para comprobar que el poeta había fallecido en el camino.
Una de las puñaladas, según lo mostraría la autopsia, había perforado el ventrículo izquierdo, cerca de la punta del corazón. Chocano no alcanzó a decir una sola palabra: el puñal le había fulminado.
El asesino no se resistió. Detenido por el carabinero José Concha Mora, placa 3131, de la 14ª. Comisaría de Santiago, a donde fue conducido el preso, declaró de plano su delito. Como única excusa dijo “haberlo hecho por cuestión de dinero”.[5]
Las averiguaciones posteriores y los exámenes de los peritos concluyeron que el homicida de Chocano era un peligroso “demente”, por lo cual, se sobreseyó el caso y se ordenó el encierro del victimario en el Manicomio de Santiago. Ya no salió en libertad y falleció en 1951.

En el antiguo y hermoso Cementerio General "Presbítero Matías Maestro" de Lima yace la tumba de Chocano. El poeta está enterrado de pie, tal y como lo anuncia su significativo epitafio:

AQUÍ
ENTERRADO DE PIE COMO ÉL QUISIERA
ESTÁ
EL MÁS FRONDOSO ÁRBOL DE LA POESÍA CASTELLANA
EL POETA
JOSÉ SANTOS CHOCANO 

* 15-05-1875
+ 03-12-1934

"ESTE METRO CUADRADO QUE EN LA TIERRA HE BUSCADO
VENDRÁ TARDE A SER MÍO. MUERTO AL FIN LO TENDRÉ...
YO NO ESPERO AHORA MÁS QUE UN METRO CUADRADO
DONDE TENGAN UN DÍA QUE ENTERRARME DE PIE..."

Tumba de Chocano
Álvaro Sarco
__________

Notas
[1] "Todavía tengo un ‘de profundis’ que decir. Hace poco más de un mes, Chocano me escribió una carta comunicándome que la Sociedad de Escritores de Chile le ofrecía el 17 de noviembre [de 1934] un banquete celebrando la aparición de su último libro. Y allí hay este párrafo: ‘Ayer se ha recibido adhesiones cariñosas para mí de Lugones y Capdevila. Esto me hace pensar en la conveniencia de una adhesión de usted, que es el único poeta peruano que me gustaría estuviese presente en tales circunstancias’. Yo iba a hacerlo, por cierto, pero dejé pasar los días y cuando me acordé de hacer el telegrama respectivo ya era el 18. No me escribió más, no obstante de que solía hacerlo con frecuencia. Se ha ido creyendo que le escatimé mi homenaje, y no es así. Aquí se lo ofrendo". (Alberto Hidalgo. Diario de mi sentimiento. Edición privada. Buenos Aires, 1937, pp. 322-323). 
[2] Ver Alberto Hidalgo, Diario de mi sentimiento, pp. 321-322.
[3] Cuenta el periodista César Hildebrandt en su artículo "Grandes insultos" que:
José Santos Chocano le espetó a los magistrados que terminaron condenándolo a tres años de prisión: “¡Ustedes no valen lo que un mojón de Dulanto!” Ricardo Dulanto había sido su sufrido abogado defensor. Chocano había matado a sangre fría, en la puerta de “El Comercio”, a alguien a quien había insultado con el más ruin de los insultos.
[4] Luis Alberto Sánchez. Aladino o vida y obra de José Santos Chocano. LIBRO MEX – Editores. México, 1960, pp. 436-438.
[5] Ver Luis Alberto Sánchez, Aladino o vida y obra de José Santos Chocano, pp. 486-487.