sábado, 9 de octubre de 2010

Notas para el estudio del fascismo peruano [1]

Por José Ignacio López Soria


El fascismo es, en primer lugar, un gesto, una actitud que trata de dar forma a la vida y sentido a la muerte. Exaltación del "eros" y del "thanatos", del principio de vida y del principio de muerte, primacía simultánea de lo épico y de lo trágico. Para el fascista la vida es agonía, combate a muerte entre las fuerzas de la civilización (Dios, patria, familia, tradición) y las de la barbarie (comunismo) y la anarquía (capitalismo). El fascista entiende la vida como un combate que no sabe de descanso, como un desafío entre el orden y el caos, entre el derecho y la anarquía, entre la tradición y la modernidad. La historia toda es una epopeya, y cada acontecimiento de la vida un episodio de ella. Y si, en la lucha, le "llega la muerte", pelea con ella como el héroe trágico, a sabiendas de que está empeñado en un combate con fuerzas superiores pero al que no se abandona, como el mártir, porque sólo cayendo en la lucha se gana como héroe cabal. La lucha da forma a su vida, y si ésta acaba en el momento trágico, entonces no muere porque se va "al puesto que tiene allí", junto a los luceros. Al pasar por la muerte trágica, la vida queda transformada en vida duradera. Su nombre es, por eso, esculpido en piedra en el "valle de los caídos".

Exaltación del "eros" y del "thanatos", síntesis conflictiva y siempre en tensión. Porque el fascismo, como forma de vida, es un gesto, un lenguaje, un sueño de grandeza, una añoranza de pasadas glorias, un empeño terco de restauración, un embellecimiento del atraso. Por ser épico, el fascismo necesita volver a los tiempos viejos: en Alemania, a la época fundacional de la germanidad; en Italia, a los días en que las legiones romanas se paseaban triunfales por los campos europeos; en España, al recuerdo de los hombres que ganaron al moro el solar patrio y surcaron luego los mares en busca de tierras que "descubrir". Se trata, es cierto, de rememorar viejas hazañas para alimentar una especie de orgullo colectivo, pero principalmente lo que se busca es elevar esos tiempos y esas hazañas a la categoría de paradigma, de modelo en la lucha entre civilización y barbarie, entre las fuerzas del orden y las de la disgregación.

La tradición se presenta entonces como fuente de toda posible regeneración frente a los dos peligros que amenazan a la civilización: la anarquía del liberalismo occidental y la barbarie del despotismo oriental. No es ciertamente casual que los diversos fascismos coincidan en la proclamación de la "decadencia de Occidente" y en la recusación de la "nueva barbarie" del Oriente comunista. Fui educado en la España fascista y me enseñaron a creer que al otro lado de los Pirineos comenzaba la anarquía y a este lado de los Urales el despotismo bárbaro y sin Dios. Había que superar el liberalismo sin caer en el comunismo, había que poner freno al voraz apetito de ganancia del individualismo capitalista para impedir que, por oposición, se desembocase en el colectivismo socialista. Europa estaba entonces amenazada por el "fantasma del comunismo", y el liberalismo occidental, el Estado policía del "laissez faire, laissez passer", era ya incapaz de frenar la posible invasión. Se hacía, pues, necesario superar el "liberalismo caduco" con un Estado intervencionista, con un Estado corporativo que, asociando a patronos y obreros, mantuviese a raya los afanes de ganancia de los unos y los anhelos reivindicacionistas de los otros. "Armonía" era la palabra, cooperación, liquidación de las causas de la lucha de clases, apertura de una vía sin rupturas hacia un progreso hecho de reconciliación impuesta desde el Estado.

Así vieron los fascistas el problema de la restauración: en lo económico, cooperación de capital y trabajo; en lo social, armonía de las clases; en lo político, primacía de un Estado corporativo y planificador y veneración al héroe carismático; en lo artístico, exaltación romántica de lo épico y de lo trágico; y en lo ideológico, destronización de la razón. Pero debajo de esta apariencia -que sirvió a los fascistas para dar forma a normas jurídicas, actitudes vitales, cánones de comportamiento, jerarquía de valores y expresiones políticas, artísticas e ideológicas- la esencia del problema tenía que ver con el paso necesario del capitalismo industrial, todavía competitivo, al capitalismo imperialista, ya monopólico. Y no es casual a este respecto que el fascismo surgiese y se afirmase en aquellos países europeos que habían llegado con retraso al desarrollo capitalista (Alemania, Italia, España, Portugal, Hungría) y no habían tenido nunca colonias o las habían perdido. La crisis de 1929 contribuyó a que se tomase conciencia de la incapacidad de la forma demoliberal de organización social para conciliar las contradicciones generadas por el capitalismo competitivo. El retraso de estos países en el desarrollo capitalista había quedado plasmado en su historia de mil maneras: carencia de una burguesía pujante y creadora, inexistencia de tradiciones democráticas en la vida cotidiana y en las formas de organización social, incapacidad de sus respectivas clases dominantes para elaborar una ideología acorde con la racionalidad burguesa y que permitiese ganar el "consenso espontáneo" de las demás clases sociales, exaltación de lo dionisíaco en los dominios del arte, permanencia de restos señoriales en la visión del mundo y en la jerarquía de valores, largos períodos históricos de autoritarismo, vigencia de lo reaccionario en sus respectivas tradiciones, acumulación de una muy variada experiencia en el asalto a la razón etc. Mucho de esto puede resumirse en una sola idea: el divorcio entre nacionalismo y capitalismo. Mientras en Francia e Inglaterra, por aludir a los casos más claros, las tradiciones burguesas habían penetrado toda la vida social e individual, desde la vida cotidiana y las formas de organización hasta las "objetivaciones del espíritu", en los países que serán tierra fértil del sembrío fascista la concepción y los modos de vida burgueses habían quedado en un nivel tan superficial que no afectaba a la esencia de la nacionalidad. Existía, es cierto, en estos pueblos una tradición democrática, pero ella había sido enterrada por sus respectivas clases dominantes. El concepto de nacionalidad esgrimido por estas clases para legitimar su dominio tenía más de señorial que de burgués. El término nación no incluía, ni siquiera postulativamente, al pueblo; su connotación hacía referencia a un conjunto de cualidades que eran propias de la vieja aristocracia y de la nueva burguesía coligada con ella. Definitivamente, en estos pueblos, la ideología del nacionalismo no tenía nada en común con las tradiciones burguesas ni con las luchas democráticas del pueblo. Sus clases dominantes entienden entonces el nacionalismo como una cobertura ideológica que trata de legitimar privilegios y justificar su "destino histórico", su misión restauradora.

Consecuencias de este divorcio entre el pueblo y la nación, entre nacionalismo y democratismo, son, entre otras, el recorte de todo vestigio de modernidad en sus tradiciones y la exaltación de lo reaccionario que había en sus propias historias. Surgen así la ideología de la "decadencia de Occidente", el mito del voluntarismo fáustico, la apología del superhombre, la acentuación del polo de la irracionalidad, la creencia en la superioridad de la raza, en la misión histórica que había que cumplir contra la "barbarie socialista" y contra la "anarquía liberal".

Hemos dicho que estos países habían llegado con retraso al desarrollo capitalista y que, consecuentemente, las tradiciones burguesas no habían penetrado las ideologías de las clases dominantes ni las formas de organización social. Alemania, a pesar de su evidente desarrollo material, sufría también las consecuencias ideológicas e institucionales de ese retraso. Dadas estas condiciones objetivas de existencia social, la ola revolucionaria que se extendió por Europa después de 1917 causó un impacto especial en estos países. Algunos de ellos se vieron al borde del socialismo. Hungría y Alemania conocieron breves períodos de república de consejos. En Italia surge con Gramsci un marxismo creativo, el mismo Mussolini y sus primeros adherentes procedían de las filas socialistas. En España, la proclamación de la república puso en serio peligro la tradición señorial y comenzó a sentar las bases de la modernidad. Hitler, Mussolini y Primo de Rivera, y en menor medida Salazar, Franco y Horthy, supieron utilizar una demagogia socialistizante para elaborar su lenguaje fascista. Es que el socialismo en estos pueblos fue un peligro cercano al que había que combatir.
José de la Riva-Agüero y Osma
Pero como en ellos no había tradiciones burguesas, se hizo necesario acudir a lo que en su propia historia había de antiburgués y antiliberaI. También los países más avanzados tuvieron que librar su batalla contra el socialismo, pero la libraron desde sus propias tradiciones burguesas y desde los marcos de la racionalidad capitalista. El fascismo terminó siendo, ideológicamente, una lucha agónica contra el socialismo desde la tradición autoritaria, señorialista, antiburguesa y reaccionaria de pueblos que habían llegado con retraso al desarrollo capitalista. El recurso a la irracionalidad no es, pues, en los fascismos algo adjetivo sino un componente esencial que hunde sus raíces en las condiciones objetivas de existencia de clases que tratan de superar el capitalismo y evitar el socialismo desde una perspectiva, la tradición reaccionaria, que no era expresión de las fuerzas progresivas en el proceso histórico.

Lejos de nosotros la pretensión de haber agotado, con las breves notas que anteceden, la presentación del fascismo y de sus modalidades. Quisimos solamente resaltar aquellos aspectos, que, siendo importantes y comunes a los diversos fascismos, parece que influyeron más en la modelación del fascismo peruano. Y digo "parece" porque el tema del fascismo, no gratuitamente por cierto, es uno de los que nuestra historiografía ha venido dejando de lado. Es lógico entender que la historiografía tradicional tenga más interés en ocultar que en descubrir antecedentes de los que hoy se avergüenza. Los nuevos científicos sociales, más atraídos por lo popular y por los fenómenos de contestación, suelen también dejar de lado aspectos importantes de las clases dominantes. No obstante, sobre el fascismo peruano se han ido haciendo apuntamientos sueltos (Basadre, Quijano, Cotler), pero carecemos todavía de un estudio sistemático y abarcador sobre la ideología y las organizaciones fascistas en el Perú de los años 30. Algo ha comenzado a hacer el historiador húngaro Adám Anderle en su estudio, que ganó recientemente el "premio Mariátegui" de Casa de las Américas y será pronto publicado, sobre el movimiento antiimperialista peruano entre las dos guerras mundiales. Por lo que respecta al fascismo, el trabajo de Anderle alude principalmente a la organización y las posiciones ideológicas de la Unión Revolucionaria. En 1978 apareció el folleto de Willy Pinto Gamboa, titulado Sobre fascismo y literatura (Lima, Ed. EUNAFEV, 1978; 50 p.). Pinto, más interesado en la manifestación literaria del fascismo peruano, hace un recorrido por La Prensa, El Comercio y La Crónica de 1936 a 1939, en busca del tema de la Guerra Civil Española en nuestro periodismo. A pesar de lo reducido del tema y de las fuentes de información, el trabajo de Willy Pinto constituye un valioso aporte y una primera aproximación a un aspecto del fascismo peruano. La publicación de sus fichas bibliográficas -cuya consulta le agradecemos aquí- podría constituir una eficaz ayuda a otros estudiosos para continuar el análisis del tema. Tengo también que agradecer las sugerencias recibidas de Jorge Bravo Bresani, Francisco Moncloa y Aníbal Quijano.

Cuando comencé el trabajo de recopilación pensaba, por la escasez de estudios al respecto, que me sería difícil reunir materiales suficientes para un volumen. Pero me bastó abrir las páginas de "El Comercio" de los años 30 para convencerme de lo errado de mi apreciación. Empezaron entonces a aparecer nombres que iban desde fascistas convictos y confesos como José de la Riva-Agüero, Luis A. Flores, Alfredo Herrera, Carlos Sayán, Octavio Alva, Guillermo Hoyos Osores, Felipe Sassone, Carlos Miró Quesada Laos, José E. Ruete, Luis Humberto Delgado, Raúl Ferrero Rebagliati, Guillermo Lohmann Villena, Pedro M. Benvenutto Murrieta, etc. hasta escritores, propagandistas y apologetas como Arturo Montoya, José Fiansón, Víctor Andrés Belaúnde, Roberto Mac Lean Estenós, Alfonso Tealdo Simi, Aurelio Miró Quesada Sosa, Juan Miguel Pérez Manzanares, el P. Francisco Jambrina, Gonzalo de Sandoval (seudónimo), Raúl de Mugaburu, Fernando A. Franco, Miguel Pascuale, José Jaime Aicua, Luis Doreste, César Miró, Cristóbal Losada y Puga, Carlos Pareja y Paz Soldán, Gonzalo Herrera, Mario Alzamora, César Arróspide, J. Ismael Bielich, Jorge del Busto, J. Dammert, Eulogio Romero Romaña y tantos otros. Y a éstos habría que añadir los miembros de las colonias italiana, española y alemana relacionados directamente con organizaciones fascistas. Tales, por ejemplo, en el caso del fascio italiano, Toto Giurato, Vittorio Bianchi, Bartolomeo Boggio, Donato Di Malio, Massimo Gaetani, Mario Gambini, Flavio y Giacomo Gerbolini, Landi, Magnani, Mazzini, Nosiglia, Nicolini, Carlos Radicati di Primeglio, Juan Francisco Raffo, Gino Salocchi, el P. Ciro Simoni y muchos más. La falange española, extendida aquí gracias a la prédica ferviente de peruanos como Felipe Sassone y a las frecuentes delegaciones llegadas desde la península, encontró en los colegios de religiosos españoles -especialmente en La Inmaculada-, en los claustros de la Universidad Católica y en los ambientes de la Acción Católica un clima propicio para el sembrío fascista. Las delegaciones españolas (Ramón de Rato, Eugenio Montes, etc.) eran recibidas y agasajadas en Lima por Riva -Agüero, Antonio Pinilla Rambaud, Oswaldo Hoyos Osores, Manuel Mujica Gallo, Aurelio Miró Quesada, Oscar Miró Quesada, Froylán Miranda Nieto, José Carlos Llosa G.P., José Torres de Vidaurre, Guillermo Lohmann Villena, Honorio Delgado, Guillermo Hoyos Osores, Raúl y Rómulo Ferrero Rebagliati, Ramón Aspíllaga, Aurelio García Sayán, Fernán Moncloa, Luis Picasso Rodríguez, Alberto Wagner de Reyna, etc. Entre los propagandistas españoles sobresale el P. Lebrún, un jesuita que actuaba desde el Colegio de la Inmaculada con el apoyo de monseñor Pedro Pascual Farfán, arzobispo de Lima, y de monseñor Cento, nuncio del Vaticano. Por el mencionado trabajo de Pinto sabemos que también la colonia alemana tenía aquí una agrupación nazi que presidía Carl Dedering, cónsul alemán, y que contaba con la ayuda propagandística de Edith Fauppel, representante en el Perú del Instituto de Cultura Latinoamericana de Berlín y Hamburgo.
Víctor Andrés Belaúnde
Había, pues, abundancia de materiales, más de los que podemos incluir en una antología que trata sólo de ofrecer una muestra significativa del "pensamiento fascista" y, paralelamente, abrir un rubro de investigación descuidado hasta ahora. Para presentar ordenadamente estos materiales e intentar una primera aproximación a la ideología fascista, los hemos agrupado en tres apartados: fascismo aristocrático, fascismo mesocrático y fascismo popular; y dos breves apéndices: propaganda fascista y colonias extranjeras. En cada caso incluimos solamente lo más significativo, e incluso preferimos ofrecer textos de pocos autores para que se vea mejor la estructura del pensamiento y su secuencia. La antología, por lo demás, recoge solamente textos publicados entre 1930 y 1945; dentro de este período, los años 1934-1939 son aquellos en los que el fascismo peruano conoce su mayor despliegue; naturalmente el acercamiento del gobierno de Benavides a las potencias fascistas tuvo que ver no poco con ese despliegue, que supuso para el Perú privarse de una afluencia de republicanos españoles, que tantos beneficios culturales y económicos reportó a países como México o Argentina.

El fascismo aristocrático tiene en José de la Riva-Agüero, quien había rehabilitado su título nobiliario colonial de Marqués de Monte Alegre de Aulestia, su mejor y más apasionado exponente. En Riva-Agüero el fascismo, confesado sin eufemismo alguno y profesado con fervor, coincide con su vuelta a la fe católica. Para Riva-Agüero la democracia era el "señorío de la hez", el "gobierno de la chusma", y el fascismo, cristianizado en la pila bautismal de un catolicismo ultramontano, la única ideología capaz ya de poner freno al socialismo ateo y al liberalismo protestante. En la palabra, dura siempre y siempre valiente de Riva-Agüero, se expresan los temores de la vieja oligarquía ante el peligro de perder el control político de manera definitiva. Son los herederos de la "república aristocrática", agrupados hasta entonces alrededor del civilismo, que vuelven a la caída de Leguía para hacerse nuevamente del control del aparato estatal. Como fascistas del más viejo cuño e hijos espirituales de la ideología elitista de Bartolomé Herrera y Alejandro Déustua, plantean críticas al liberalismo, reniegan de nuestra escasa tradición democrática, califican al "siglo de las luces" de madre nutricia de todos los males sociales, desprecian a las masas, "la hez", y arremeten con todos sus bríos contra el comunismo. Pero Riva-Agüero no fue propiamente un ideólogo del fascismo, como Raúl Ferrero Rebagliati, ni un tenaz propagandista, como Carlos Miró Quesada Laos y Guillermo Hoyos Osores, ni tampoco un organizador de "camisas negras", como Luis A. Flores. Fue ante todo un profundo sentidor de los ideales fascistas y un trasmisor de sus vigencias fundamentales. En Riva-Agüero el fascismo es una actitud sin duda gallarda, una profesión de fe mantenida con entereza, un gesto que recoge las angustias y tardías aspiraciones de una clase que se bate en retirada, una nueva dación de forma a nuestra vieja tradición autoritaria. Y hablo de gallardía, de entereza y de gesto porque el fascismo de Riva-Agüero no sabe de medias tintas ni de fáciles acomodos. Basta leer sus escritos de estos años, basta incluso conocer el título del más característico de sus libros a este respecto: Por la verdad, la tradición y la patria. El título mismo es ya un slogan fascista. El Riva-Agüero de estos años -sabemos que hay en la evolución de su pensamiento una larga etapa prefascista que aquí no presentamos- confiesa públicamente su devoción por Mussolini, su adhesión a la Italia fascista, su admiración por José Antonio Primo de Rivera, el fundador e ideólogo de la falange española. Y si algo le separó de Hitler y del nazismo fue el racismo abiertamente confesado y los maltratos a la Iglesia Católica. El recurso a la tradición es en Riva-Agüero un intento por extraer de nuestro pasado autoritario -borrando de él todo lo que hubiese de democrático y progresivo- fuerzas de restauración. Y restauración significaba, frente al incipiente desarrollo capitalista y frente al peligro del socialismo y del populismo aprista, recuperación del control total por parte de la vieja aristocracia de la tierra y de los sectores más autoritarios de la nueva burguesía financiera. Era nuevamente el civilismo en acción, intentando ahora agrupar a "las derechas" y recurriendo al fascismo como elemento ideológico de cohesión. Riva-Agüero fracasó en sus intentos de unificación, pero su gesto quedó como símbolo de los esfuerzos agónicos de restauración del antiguo orden por parte de un sector social que comenzaba a batirse en retirada.
Fascistas en Lima (1935)
Al calor de las posiciones de Riva-Agüero y de la prédica de religiosos italianos y españoles fue surgiendo un fascismo mesocrático que recogía las aspiraciones de los sectores medios urbanos y les daba una forma ideológica. El fascismo mesocrático arraigó en los claustros de la Universidad Católica, en las filas de los miembros de la Acción Católica y en los colegios regentados por religiosos. Este fascismo no es sólo un gesto, es también un intento de elaboración ideológica de la experiencia histórica peruana desde los intereses y aspiraciones de la "intelligentzia" y de las capas medias profesionalizadas. Cuando se leen con atención sus textos -especialmente los de su máximo ideólogo, Raúl Ferrero Rebagliati-, se advierte que se trataba de una juventud ganosa de ideales, de una juventud que no cree ya en la capacidad de la vieja clase dominante para dar respuesta a las urgencias del momento y que no está dispuesto a dejarse ganar por el populismo y el socialismo. Ni capitalismo depredador de las riquezas nacionales y superexplotativo, ni socialismo ateo y aniquilador del individuo. En comparación con el fascismo aristocrático, el fascismo mesocrático es mucho más que una simple justificación del autoritarismo. No se trataba sólo de legitimar la represión sino más bien de elaborar una ideología que pudiese presentarse como alternativa entre la desnuda violencia de las clases dominantes y el cercano peligro del populismo. Desde esta posición, los fascistas de las capas medias urbanas aciertan a denunciar las lacras producidas por un capitalismo a medias, dependiente y superexplotativo, pero su acierto en la denuncia se transforma en debilidad en el momento de la proposición. El recurso a lo autóctono y a lo que en nuestra historia había de oposición había sido ya capitalizado por el movimiento indigenista, por el aprismo y por el socialismo. Al fascismo mesocrático no le quedaban sino la conquista, la colonia y momentos aislados de la república, encarnados en determinados personajes. Una historia fragmentada, hecha de episodios sin continuidad. Pero lo fragmentario no se condice con una visión del mundo. Fue, por eso, necesario recubrir la discontinuidad con una apariencia ideológica. Y surgió así la ideología del mestizaje. A pesar de su aparente intención de conciliar a los diversos componentes de la sociedad peruana, la ideología del mestizaje no pasó de ser el velo ideológico que encubría las aspiraciones a integrar lo andino en el mundo occidental y cristiano. Pero bastó la presencia, aunque fuese como velo, de la ideología del mestizaje para que el fascismo mesocrático mantuviese ante lo épico una actitud moderada y no de exaltación. Lo épico, visto desde sus perspectivas, se encarnaba en las hazañas y proezas de los conquistadores españoles, pero si hubiesen exaltado a los hacedores de la conquista, difícilmente habrían podido esgrimir el mestizaje como arma ideológica. El fascismo en el Perú carece, pues, de una tradición a la que acudir en busca de inspiración. No es raro, por tanto, que la inspiración le venga de más allá de nuestras fronteras. 

Raúl Ferrero es sin duda el ideólogo más importante de los fascistas peruanos, pero su fascismo fue sólo "copia y calco", mezcla asistemática de elementos del nazismo alemán, del fascismo italiano y del falangismo español. Y no es ciertamente casual que este fascismo, a pesar de contar con el apoyo directo de la Iglesia, no consiguiese traspasar los marcos de las capas medias urbanas y profesionalizadas. E incluso en este terreno se vio forzado a competir con el Apra y con la Unión Revolucionaria.

Tumba de Sánchez Cerro
Más importante que la oposición civilización-barbarie fue, en el fascismo mesocrático la de orden-anarquía. La lucha por el orden es entendida aquí como freno ante la dispersión generada por el capitalismo competitivo y como muro de contención frente al peligro de penetración comunista. Pero la mayor preocupación de los fascistas de las capas medias se centra en la contención del peligro comunista. Presentamos aquí como muestra sólo textos de Raúl Ferrero, pero un ligero recorrido por las revistas de la época (Mercurio Peruano, Revista de la Universidad Católica, Boletines de la Junta Nacional de la Acción Católica, Patria, Ora et labora, Verdades, Revista del Foro, etc.) bastaría para hacer notar que Ferrero no está solo. Junto a él están E. Alayza Grundy, M. Alzamora Valdés, C. Arróspide, J. Avendaño, V.A. Belaúnde, Pedro Benvenutto Murrieta, Bielich Flórez, J. del Busto, E.A. Cipriani Vargas, J. Dammert Bellido, Rómulo Ferrero Rebagliati, G. Herrera, C. Losada y Puga, J. L. Madueño, C. Pareja y Paz Soldán, J. Pareja y Paz Soldán, R. Pérez Araníbar, C. Rodríguez Pastor, E. Romero Romaña, S. Sánchez Checa, C. Scudellari, J. T. Ibarra Samanez, E. Indacochea Zaráuz, R. Oyague de Zavala, M. L. Montori, M. Cobián Elmore, C. Remy, E. Elmore de G. C., J. Elmore de Thomdike, etc. Preocupaba por entonces a la Acción Católica formar una "milicia universal" al servicio de "Cristo Rey" para extender su "reinado supremo y universal". Para ello había que considerar al catolicismo como perteneciente a las "esencias de la nacionalidad", había que recristianizar el matrimonio y la familia, había que frenar la expansión del protestantismo recurriendo a "un sano y vigoroso despertar de los mejores resortes del alma nacional", había que vigorizar "la conciencia ética colectiva" y defender la educación católica frente a los embates del comunismo ateo y del capitalismo materialista, etc. No queremos con esto decir que todo lo católico fuese entonces fascista, pero sí que el catolicismo combativo, agrupado alrededor de la Acción Católica, fue quedando cada vez más trascendido de ideología fascista.

A la muerte de Sánchez Cerro, la Unión Revolucionaria, conducida por Luis A. Flores, fue girando hacia posiciones que hemos calificado como fascismo popular. El partido contaba ya con un héroe carismático y con un mártir, Luis M. Sánchez Cerro, con un programa ideológico, El Manifiesto de Arequipa, con un líder, Luis A. Flores, con algunos ideólogos y propagandistas, Alfredo Herrera, Guillermo Hoyos Osores y Carlos Sayán Álvarez, y con masas desesperanzadas y hechas a ver en Sánchez Cerro la encarnación de sus anhelos y frustraciones. Diversos medios de comunicación contribuían a ensalzar la figura del héroe carismático y a poner en él, y luego en su memoria, la posibilidad de realización de toda esperanza. Primero La Opinión, órgano del sanchezcerrismo, que dirige Isaac Alcocer Alzamora, suplido a veces por Víctor A. Maúrtua, Raúl Castrillón y Tomás Manrique. Y más tarde, por nombrar sólo algunos, Crisol, órgano de los "camisas negras", que dirige José Amador Añazgo; Acción, dirigido por César A. Meza, secundado por Glicerio Tassara Baillet; La Batalla, bajo la dirección de Juan Picón Pinzás. Unión Revolucionaria contaba, además, con una estructura partidaria, vertical y rígidamente jerarquizada, que iba desde el comité nacional hasta los comités locales. Y para darse un rostro definido, los fascistas de Unión Revolucionaria acuñaron o copiaron himnos, emblemas y gestos, hicieron de la tumba de Sánchez Cerro un lugar de peregrinaje y desfilaron por las calles de Lima luciendo sus "camisas negras". Una consigna decía guiar sus pasos: "Verdad, justicia, integridad, patriotismo. ¡Sólo los camisas negras salvarán al Perú!" Desde bambalinas eran apoyados por Mario Cánepa y Cía., Klinge, Oeschle, Berckemeyer and Co., Banco Alemán Transatlántico, Casino "Pigall", Armando Coz, Dr. Rubín, Internacional Petroleum Co., Panagra, Editorial "Inca", Ferrocarril Central, Compañía Ítalo Peruana de Seguros Generales, Empresas Eléctricas Asociadas, etc. En el aparato estatal tienen a sus propios representantes, y cuentan con la aprobación de Riva-Agüero y del mismo Benavides, quienes los utilizan como muro de contención de las aspiraciones populares.

Más que un sistema elaborado de principios ideológicos, el fascismo popular de Unión Revolucionaria es una suma de consignas y de actitudes que tiene por objeto mantener a raya las aspiraciones populares y propiciar un clima de "paz y concordia" entre las clases sociales. "En política, las ideas no valen nada si no se sabe poner a su servicio la fuerza material", decían ya en 1934 copiando un slogan de Goebbels. Y en 1936: "A los obreros de Lima. La Unión Revolucionaria está con vosotros. Es el auténtico partido del pueblo... Los trabajadores... encuentran en la Unión Revolucionaria el partido de mayor capacidad constructiva y organizadora. Por eso, en la hora de la prueba, los obreros deben salir junto con las demás clases sociales a esgrimir la bandera de la Unión Revolucionaria..." Hasta 1933, el enemigo principal de la U.R. es el partido comunista. Pero muy pronto, por los avances del APRA precisamente en el terreno que habría sido el área natural de expansión del fascismo popular, se comienza a ver en el aprismo el principal enemigo, sin que ello signifique que disminuyan los ataques al socialismo y a la Rusia soviética.
"Il Duce"
De los fascismos europeos y de Riva-Agüero aprenden los miembros de la U.R. un lenguaje directo, intransigente, valiente en la denuncia y ajeno al compromiso. Aprenden también el gesto gallardo, la defensa de lo nacional, el recurso a la irracionalidad, la importancia del autoritarismo. Pero el fascismo popular no maneja ideas sino sentimientos, manipula la esperanza de los desesperanzados de siempre, recurre a un nacionalismo agresivo y chauvinista para proteger a la pequeña industria y a los nuevos pobladores de las ciudades, difunde los ideales y aspiraciones de grandeza de la Italia fascista, de la Alemania nazi y del falangismo español, se presenta como defensor de los desocupados y de los empleados urbanos, incentiva los ánimos para la guerra y exige poner a los jóvenes en pie de lucha, predica el moralismo frente a la inmoralidad de las clases dominantes, crea cuerpos paramilitares que entran en conflicto con la policía, funda en fin la Sociedad Antiasiática del Perú para poner un freno al peligro de "invasión amarilla" que amenaza al país. La prédica anticomunista recorre todas las páginas de las publicaciones de la U.R. Pero hay una diferencia importante entre el anticomunismo del fascismo popular y el del fascismo mesocrático. Raúl Ferrero y las gentes de Acción Católica relievan en sus ataques el ateísmo y la conculcación de la libertad individual burguesa en los regímenes comunistas. Flores y los miembros de la U.R. prefieren destacar la hambruna de las masas en el comunismo y la incapacidad de éste para dar respuesta a las exigencias de las masas en cuanto a educación, vivienda, vestido, alimentación, etc. Los primeros hablan a intelectuales y a capas medias profesionalizadas, y naturalmente se cuidan de no herir a las clases dominantes. Los miembros de la U.R. quieren llegar a las masas populares y para ello tienen que decir que "en cada bocado de su ración, los hambrientos engullen un poco de rencor". Es necesario, por tanto, eliminar las causas de ese rencor, alimentando a las masas de "pan y circo". El pan vendrá como consecuencia del establecimiento de un Estado cooperativo que "concilia" los intereses de las diversas clases sociales interviniendo directamente para poner un freno a la depredación de nuestros recursos por el capitalismo internacional, para regular la explotación del trabajo por el capital y para defender a la industria nacional. El circo era la Unión Revolucionaria con su deificación de Sánchez Cerro, sus "camisas negras", sus desfiles, emblemas y canciones, su pose arrogante, su gesto viril, su prédica grandilocuente y sus sueños de grandeza nacional.

El fascismo popular diseñó su rostro con nitidez en la "selva política" del Perú de los años 30. Pero más que el rostro del descontento de las masas, era el suyo el rostro de la desesperación de una pequeña burguesía que pugnaba por reacomodarse en las cambiantes condiciones socioeconómicas y políticas del Perú de entonces. Su éxito relativo se debió, sin embargo, a la protección abierta o velada de los sectores sociales que tenían en sus manos el poder del Estado. Porque el fascismo popular, posiblemente a pesar de sí mismo, fue utilizado por la clase dominante como freno de la creciente movilización popular y como desfogue de tensiones.

Con el apéndice que titulamos propaganda fascista pretendemos solamente ofrecer una pequeña muestra de algo que debería ser investigado más a fondo. Propagandistas y apologetas del fascismo hubo, como ha mostrado Willy Pinto en Sobre fascismo y literatura, en los más importantes periódicos del momento, comenzando naturalmente por sus directores y jefes de redacción. "El Comercio", por ejemplo, se encarga gustoso de recoger y difundir los pronunciamientos, discursos, conferencias y artículos de los fascistas europeos enviados por sus gobiernos en "gira cultural" por los países de América Latina. La orientación de las noticias internacionales en favor de los regímenes y de las ideas fascistas es otra manera de propaganda y apología que utilizan con destreza: "La Prensa", "El Comercio" y "La Crónica". Incluso el arte es utilizado como medio de expresión de ideas y vigencias fascistas. Recuérdense -sólo como ejemplo que habría que estudiar más detenidamente- los ensayos de César Miró y Alfonso Tealdo, y los poemas de Francisco Jambrina, Aurelio Miró Quesada, Jorge Fiansón, José E. Ruete, Miguel Pascuale, José Jaime Aicua, Luis Doreste y Gregario M. Romero. Hasta el anuncio de las películas es aprovechado para la propaganda fascista. "Alas sobre Etiopía", un film italiano que trata de justificar las pretensiones del Duce en África, es anunciado en "El Comercio" como "un relato lleno de peligrosas aventuras de unos expedicionarios que arriesgan sus vidas por entrar en regiones extrañas pobladas de fantásticos ritos y amenazantes sortilegios... las regiones donde impera Haile Selassie, el exótico rey de reyes que opuso su voluntad a una de las más grandes potencias europeas". Y para que lo entendiesen los italianos: "La prima pellicola dei selvaggi guerrieri e dei loro costumi barbari: Una storia completa di una nazione che si e opposta alla volonta del Duce". No es fácil encontrar una expresión tan clara de la oposición civilización-barbarie, tan del gusto del fascismo. Y un año antes, cuando todavía no había estallado la guerra, "El Comercio", apelando sin duda al sentimiento católico de los peruanos, hace saber que "El Papa está orando porque se cumpla el deseo de Italia sin guerras. Autorizadamente se sabe que el Papa sigue orando porque se cumplan las ambiciones coloniales de Italia, sin recurrir a la guerra". Y junto a la justificación ideológica de la agresión, la justificación económica, esta vez en palabras de Alfonso Tealdo Simi, un hombre que, familiarizado "con los secretos de la filosofía de la historia", predica la cruzada del "fusil y la cruz" y la redención por la sangre y el dolor, porque ha descubierto las bondades del fascismo y la necesidad ineludible de su expansión: "Llegamos así a la proyección de la entente ítalo-germánica; Japón se une a ella. Obsérvese bien, se trata de tres pueblos a los que no se les deja vivir; Alemania despojada; Italia olvidada y Japón encerrado en su isla insignificante. Tres naciones que necesitan vitalmente de materias primas. Por eso Italia conquista Etiopía, Alemania pide sus colonias y Japón trata de instalarse en China..." Sobra todo comentario.
Luis A. Flores
La lista de quienes hacen propaganda y apología del fascismo a través de los medios de comunicación es demasiado larga. Bástenos referimos a algunos de ellos, además de los ya señalados. En "El Comercio" sobresalen Guillermo Hoyos Osores, Felipe Sassone, René Tupic y, principalmente, Carlos Miró Quesada Laos, un hombre a quien volantes sueltos y panfletos de la época acusan de agente directo del Führer y del Duce. En "La Crónica" se distinguen Viracacha (Roberto Mac Lean Estenós), Fernando A. Franco, Gonzalo de Sandoval (posiblemente un seudónimo) y Raúl Mugaburu. "La Prensa" prefiere recurrir a fascistas extranjeros, como el español Wenceslao Fernández Flores, pero ofrece también sus páginas a los peruanos, como Ayax (Víctor Andrés Belaúnde) con su serie "Mirador". De todos los propagandistas y apologetas el más constante y fervoroso es, sin duda, Carlos Miró Quesada (Garrotín). Desde finales de 1935 hasta comienzos de 1937 escribe Carlos Miró Quesada en "El Comercio", todos los domingos, la serie "Problemas del mundo" que dedica a la reseña de libros de fascistas y sobre el fascismo. En los días de semana aparecían, además, sus notas, comentarios y entrevistas a personalidades prominentes del fascismo internacional. Una parte de los artículos de reseña, concretamente los dedicados a Italia y al Duce, apareció en 1937 en italiano con el título Intorno agli scritti e discorsi di Mussolini (Milán, Fratelli Treves Ed., 1937). El libro iba precedido de un largo prólogo de Riva-Agüero -parte del cual incluimos en esta antología- y de una nota de los editores. De Miró Quesada y de su libro se dice lo siguiente en la nota de los editores: "el valiente periodista ha sabido poner tan eficazmente de relieve, a través de las palabras mismas del Duce, la figura del Jefe, el desarrollo del fascismo y la historia de la renovación italiana desde los orígenes del movimiento hasta hoy, que sus escritos han tenido el más merecido éxito. Estamos seguros de que incluso en Italia el libro... tendrá la mejor acogida, en primer lugar porque constituye verdaderamente un breviario de la teoría y de la acción del fascismo y del pensamiento de Mussolini, y en segundo lugar porque no puede dejar de agradar este vivaz documento de clara comprensión y viva simpatía..." y sobre el prólogo de Riva-Agüero dice el editor italiano: "Es difícil encontrar en el escrito de un extraño tanto conocimiento y al mismo tiempo tanta comprensión de nuestras cosas como se encuentran en las páginas del prólogo": Nuestros mejores fascistas podían, pues, aspirar a ser maestros de fascismo incluso en la tierra natal de las ideas fascistas.

Finalmente, ofrecemos una breve muestra del fascismo de las colonias extranjeras. También aquí hay que repetir que se trata de un tema dejado de lado por la investigación. Nos atrevemos, sin embargo, a adelantar algunos conocimientos basándonos en nuestra incipiente pesquisa.

La colonia italiana contó desde temprano con el "fascio" y con órganos de expresión fascistas. Los órganos de expresión del sector fascista de la colonia italiana cumplían principalmente una función propagandística. Italia nuova, por ejemplo, se publicaba semanalmente en italiano y en castellano. Al principio se subtituló "Settimanale fascista", luego "Settimanale dell'Impero", y finalmente "Settimanale degli italiani del Perú". El director y principal redactor del semanario era Toto Giurato, dirigente además del "fascio italiano". En la dirección del fascio, creado bajo los auspicios del gobierno del Duce, figuraron también Massimo Gaetani, Donato Di Malio, Landi, Nosiglia, Radicati di Primeglio, Gino Salocchi y otros. El fascio contaba con los servicios espirituales del P. Ciro Simoni y con apoyo de instituciones como los colegios Raimondi de Lima y Regina Margherita del Callao, Compañía italiana de bomberos "Garibaldi" del Callao, Gircolo Sportivo Italiano, etc. Con sus anuncios comerciales, contribuyen al sostenimiento de Italia nuova el Banco Italiano, Borghessi, Angelo Cairati, Carozzi, Compagnia d'Assicúrazioni "Italia", Derossi e Perroni, D'Onofrio, Angel Fasce, Fábrica de Tejidos San Jacinto, Empresas Eléctricas Asociadas, Flavio Gerbolini, Hotel Maury, Tintorería Italia "Iris", Compañía de Navegación "Italia", La Cerveza, Magazzini di Santa Catalina, Nicolini, Ernesto Raffo, Reiser Curioni e Carozzi, Riccardi, Filippo Risso, J. Tomás Rivarola, Tejidos del Pacífico, Zunini, etc.

La misión fundamental del fascio italiano y del semanario Italia nuova se centraba en sembrar la ideología fascista y en hacerla fructificar entre los miembros de la colonia italiana. Frutos esperados de este sembrío eran el apoyo incondicional al gobierno del Duce y la justificación de las agresiones italianas en África. Se preparaban así los ánimos para la guerra. Por otra parte, la difusión de la ideología de la "latinidad", que fascistas italianos y peruanos se encargaron de introducir en nuestro medio, pretendía justificar la necesidad de relación de los países de "Latinoamérica" -término muy del gusto de los fascistas italianos e italianizantes- con Italia, madre de la latinidad y "abuela" (Riva-Agüero) de los pueblos latinoamericanos. De lo que se trataba, en realidad, era de presentar el fascismo no sólo como fruto originario de lo latino sino como componente esencial de nuestro ser histórico. Téngase en cuenta que en la búsqueda de su originalidad, los diversos fascismos se entendieron a sí mismos como opuestos a las tradiciones burguesas y democráticas de Occidente -de aquí la ideología de la "decadencia de Occidente"- y al despotismo bárbaro de Oriente. Es en este contexto en donde hay que entender la ideología de la latinidad esgrimida por fascistas italianos y españoles.

Italia nuova fue, sin embargo, más un medio de propaganda que un taller de elaboración ideológica. Interesaba a Toto Giurato, director del semanario y miembro prominente de fascio, difundir los postulados básicos del fascismo, dar a conocer las posiciones de Mussolini y ganar la aprobación de italianos y peruanos con respecto a las campañas internacionales de Italia. Que el sembrío de Italia nuova y de los fascistas de la colonia italiana no cayó en terreno pedregoso lo muestra la acogida que no pocos peruanos dieron a las ideas fascistas de tipo italiano. Riva-Agüero y Miró Quesada Laos, por hablar sólo de los más destacados, se convirtieron en eficaces y convencidos propagandistas del fascismo italiano y en fervientes admiradores de Mussolini.

El fascismo de la colonia española ha sido de alguna manera estudiado por Willy Pinto en el trabajo al que nos hemos referido. Como muestra de este fascismo ofrecemos unas páginas del entonces Cónsul de España en el Perú, Antonio Pinilla Rambaud. Pinilla desconoció pronto al gobierno legal y se puso de parte de la insurrección que encabezaba el general Franco. Entusiasmado por las delegaciones de falangistas que llegaron al Perú con una misión propagandística, se animó a escribir una loa a la España rebelde que tituló Gloria al himno de Falange y que fue festejada y aplaudida en los medios fascistas peruanos, especialmente en los claustros de la Universidad Católica.

Sabemos que lo que ofrecemos en esta antología es sólo una muestra del pensamiento y de los tópicos fundamentales del fascismo en el Perú. Con la "nota" introductoria, por otra parte, vamos más allá del mero muestreo para arriesgar una ordenación de los materiales consultados. Lejos, sin embargo, de nosotros la pretensión de haber dicho la última palabra. Se trata sólo de un primer acercamiento a un tema hasta ahora dejado de lado por los investigadores. Si hemos insistido en el señalamiento de personas, instituciones y medios de expresión fascistas, ha sido con el propósito de abrir caminos precisos para la continuación de la búsqueda. Por otra parte, no desconocemos que el autoritarismo, el racismo y la irracionalidad tienen en nuestra historia viejos antecedentes. No es ciertamente gratuito, por ejemplo, que nuestros fascistas pretendan reivindicar la figura de Bartolomé Herrera, el hombre que a mediados del siglo pasado se constituyó en defensor desembozado del autoritarismo y del elitismo. Pero el estudio de los antecedentes es algo que no nos propusimos como objetivo en esta nota. Finalmente, pero no en último lugar, no desconocemos que el fascismo, como ideología y como modo de vida y de organización, dejó también indelebles huellas en otros sectores sociales y políticos, como el APRA, por ejemplo. Pero hemos declarado ya que esta primera aproximación no pretende agotar el tema y que la carencia de investigaciones de base nos impide trascender los límites del planteamiento del problema y de la elaboración de una hipótesis de trabajo.



[1] "Prólogo" de: El Pensamiento Fascista (1930-1945). Selección y prólogo de José Ignacio López Soria. Mosca Azul Editores. Lima-1981. 156 p.p.