jueves, 18 de febrero de 2016

Los orígenes del racismo contemporáneo

Por Eduardo Montagut



Planteamos la existencia de dos líneas de pensamiento y que tendrían una clara conexión entre sí. En primer lugar, estaría el darwinismo social, que supuso la aplicación de la teoría de la selección natural de Darwin a las sociedades y a las relaciones entre Estados y pueblos. Estas relaciones eran concebidas por los darwinistas sociales como luchas por la supremacía. Algunas “razas” o pueblos eran considerados como superiores debido al proceso evolutivo, como ocurriría en el mundo natural. Los más fuertes lograban imponerse. De ahí se dio el paso de considerar que los más aptos y, por lo tanto los supervivientes eran los que tenían el derecho moral de dominar a los demás. El darwinismo social se aplicó a las políticas internacional y colonial a finales del siglo XIX. El premier británico, Lord Salisbury, explicó esta idea en un discurso de 1898, año clave del triunfo de su país y de desastres para otras naciones europeas en el ámbito colonial. La Revolución Industrial y sus aplicaciones tecnológicas y militares habían producido una división entre los países del mundo. Por un lado, estarían las naciones vivas, que se irían fortaleciendo cada vez más y, por otro, las moribundas, cada día más débiles. Por distintas razones –políticas, filantrópicas o económicas- las naciones fuertes terminarían por apropiarse de los territorios de las moribundas, provocando conflictos. No podemos olvidar, por otro lado y como apuntábamos más arriba, que el darwinismo social también tuvo su aplicación en el seno del mundo desarrollado para intentar explicar las diferencias sociales en pleno triunfo del capitalismo. Estas interpretaciones tuvieron un evidente protagonismo en la Inglaterra victoriana.

Por otra parte, se desarrolló otra teoría que, aunque entroncaba con la anterior, cargaba más las tintas en el concepto de raza. El escritor francés J.A. de Gobineau publicó en 1853 Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas, obra donde se recogían gran parte de sus ideas. Para el autor el desarrollo tenía que ver con la raza.

Aquellos pueblos que mantenían su pureza racial serían superiores. La raza superior por antonomasia era la germana, que habitaba no sólo en Alemania, sino también en el norte de Francia, los Países Bajos, Bélgica y el Reino Unido. Era una “raza pura”, que procedía de los arios, frente a las “razas mestizas” del sur europeo, mezcladas por su historia vinculada al Mediterráneo. Por debajo estarían las “razas amarilla y negra”.

Pero la teoría de Gobineau encontró su máximo desarrollo de la mano del escritor británico H.S. Chamberlain, autor que influyó muchísimo más en Alemania que en su país natal, especialmente gracias a que era suegro de Wagner, que se convirtió en uno de sus más fieles seguidores. Su principal obra, Los fundamentos del siglo XX (1899) fue publicada en alemán.

Chamberlain realizó una interpretación interesada de la teoría de Darwin para definir una doctrina sobre la existencia de una raza de amos que habrían desarrollado sus cualidades en un proceso de selección natural. Esa raza de amos tendría una misión específica que cumplir. Había que conservar pura la sangre germánica fuera de elementos extraños e impuros, como los que procedían del judaísmo pero también del catolicismo.

Estas ideas influyeron claramente en el cambio de la política exterior de Alemania en tiempos del káiser Guillermo II, cuando se abandonó la diplomacia bismarckiana por la welpolitik, que no era otra cosa que actuar de forma agresiva porque Alemania tendría, efectivamente, una misión que cumplir en el mundo por su potencia económica, cultural y política. Aunque es innegable que las teorías raciales calaron con fuerza en el seno de la burguesía alemana, ávida de encontrar nuevas metas una vez que se había completado el proceso de unificación, bien es cierto que también tuvieron éxito en otras potencias imperialistas, especialmente en la creencia de que la raza blanca era superior al resto de las razas del mundo.

Estas ideas terminarían influyendo en movimientos y partidos políticos del siglo XX con las graves consecuencias que todos conocemos, cargando las tintas en el componente antisemita.

Por fin, mención aparte estarían los planteamientos ideológicos del racismo en los Estados Unidos en el siglo en el que nos hemos centrado, y que por la dimensión de dicha potencia y su influencia internacional merecen que nos detengamos en los mismos. La economía del Sur se basaba en el sistema de plantaciones de algodón y tabaco, sostenido con mano de obra esclava. Toda la riqueza de esta parte de los Estados Unidos era generada gracias a la esclavitud. La economía y la sociedad eran dominadas por una oligarquía de familias terratenientes, inmensamente ricas. Este grupo se fue configurando durante el siglo XVIII y no cuestionó el empleo de esclavos para mantener e incrementar su riqueza y poder. Asociado a esto se fue generando una determinada mentalidad que se construyó sobre una serie de supuestos: un origen aristocrático británico frente a los blancos del norte que descenderían de los puritanos y radicales ingleses. La supuesta aristocracia sureña elaboró, además, toda una construcción ideológica para justificar no sólo sus diferencias con el Norte, sino, sobre todo, la existencia de la esclavitud. Sus planteamientos mezclaban argumentos pseudocientíficos con otros de tipo religioso. Los negros, siempre según esta teoría, eran inferiores a los blancos en inteligencia, como demostraría la incapacidad que habían manifestado para salir de la barbarie si no hubiera intervenido el hombre blanco. La situación de dependencia establecida habría sido bendecida por Dios. Por su parte, los blancos pobres del Sur también defendían la existencia de la esclavitud porque les permitía mantener una posición social superior en función del color de la piel.